Con motivo del décimo aniversario de la muerte de Francisco Tomás y Valiente, se celebraron en el instituto una serie de actos con la finalidad de recordar su figura. Quién era, cual fue su obra, entre otras cosas, quedo plasmado en unos paneles informativos que se colocaron por el vestívulo del centro.
En su memoria, su hijo Francisco Tomás y Valiente Lanuza, a quien desde aquí agradecemos el detalle sabiendo lo difícil que puede resultar a veces el recuerdo, nos envió una carta que un alumno de primero de ESO leyó el día del décimo aniversario a toda la comunidad educativa presente y que queda plasmada a continuación.
Ustedes comprenderán: uno es incapaz de recordar a su padre como figura pública. Para mí, mi padre es, ante tod, eso, un buen padre, alguien que supo estar cuando se le necesitó. Cualqueira que le haya tratado recordará su voz muy grave y su tono muchas veces didáctico, pero nunca tanto como para perder cierta ironía que se fue acentuando con el paso de los años. Leía, leía muchísimo, y también escribió muchísimo: fue un intelectual comprometido, de los que hay tan buenos ejemplos en nuestra historia, tantos de ellos malogrados al final por la violencia que demasiadas veces hemos padecido en nuestro país.
Es bueno mantener presentes ejemplos como el suyo: personas comprometidas con lo público, con la convivencia, con la Democracia, un sistema político que todavía hoy en día es una excepción en el mundo. Personas, en suma, comprometidos con sus principios desde el respeto a la libertad ajena.
Mi padre lo estuvo siempre: comprometido por las libertades contra el Franquísmo, cuando era más fácil callar, con la Constitución, con los derechos de todos, incluidos los de los criminales. Defendía una concepción integradora del Derecho, un modo de entender la convivencia basado en la confianza profunda en la capacidad de ser cada uno para ser libre y racinal. Mi padre fue asesinado, pero eso no ha cambiado su ejemplo. Él mismo seguiría pensando lo mismo si hubiera sobrevivido al atentado. Seguiría convencido de la necesidad de alcanzar la convivencia pacífica desde la igualdad de todos ante la ley por encima de cualquier tentación oportunista, seguiría defendiendo los derechos humanos y el imperio de la ley frente a la violencia y seguiría confiando profundamente en la capacidad de cada ser humano para comportarse de un modo racional y libre. Él sabía que, sin confiar en el ser humano, no es posible la democracia.
Muchas gracias.